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Por: Georgina Elustondo
Los principales problemas son la pobreza, el sida, la baja escolarización, el alcohol y la droga.
Deberían tener, como supone un orden "natural" que habla de un camino que arranca en la infancia y termina en la vejez, garantía o, al menos, altas probabilidades de un futuro largo y prometedor. Sin embargo, casi la mitad de los jóvenes argentinos corre algún tipo de riesgo: está expuesto a situaciones que pueden interrumpir su desarrollo o reducir su potencial. Lo afirma un flamante informe del Banco Mundial, al que Clarín accedió en exclusiva, que fue presentado en la jornada "Políticas de juventud en Argentina", organizada por el Ministerio de Desarrollo Social bonaerense. Fue elaborado con la colaboración del Gobierno argentino y de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, que hizo una encuesta sobre Condiciones Sociales de la Juventud.
Según sus datos, el 46% de los chicos y chicas de entre 15 y 24 años tiene una "alta probabilidad de involucrarse en conductas de riesgo". Hablamos de casi 3 millones de jóvenes, de los cuales el 31% "ya ha tenido conductas riesgosas" y el 15% está o ha estado "expuesto a factores de riesgo" que "dificultan su transición exitosa a la adultez". Es más: el informe advierte que "las probabilidades de que un joven de 15 años muera antes de cumplir 60 años son mayores que las esperadas para un país con los ingresos de Argentina".
Los expertos analizaron las cinco transiciones que, según un esquema aplicado en el Informe de Desarrollo Mundial, marcan un antes y un después en la vida de los jóvenes: finalización de la escuela y continuación del aprendizaje, inserción en el trabajo, estilo de vida saludable, formación de una familia... "Existe un grupo numeroso de jóvenes que corre el peligro potencial de involucrarse en conductas riesgosas como la deserción escolar temprana, el desempleo, la inactividad, el uso y abuso de drogas, los accidentes de tránsito, la actividad sexual riesgosa, la paternidad temprana, la poca participación cívica y los problemas de delincuencia", reza el informe. "Si el Estado no invierte en la juventud se perderá la oportunidad única de proporcionar a la próxima generación las capacidades necesarias para convertirse en los conductores del crecimiento y romper el espiral intergeneracional de pobreza y desigualdad". En lo que hace a educación, el informe destaca que un tercio de los escolarizados está retrasado en sus estudios. Los especialistas destacan que la repitencia y la deserción desencadenan otros problemas. "En Chaco y Misiones las tasas de fecundidad adolescente superan los 100 nacimientos cada 1.000 personas, un tasa comparable con la de África".
También hay datos significativos sobre empleo: dice el informe que casi 1 de cada 10 chicos de entre 7 y 14 años trabaja y no estudia, que el desempleo en los jóvenes triplica al de los adultos y que les pagan menos.
El consumo de alcohol también preocupa: "el 20% de los varones jóvenes beben en exceso los fines de semana, una conducta fuertemente relacionada con una mayor propensión a cometer delitos", enfatizan. Otros datos que consideran señales de mayor riesgo tienen que ver con el tabaco. "La juventud, y sobre todo las mujeres, empiezan a fumar cada vez más temprano". Los niveles de VIH/SIDA en los jóvenes argentinos alarman: "son entre un 100 y un 200% más altos que los de sus pares uruguayos y chilenos".
Dorte Verne, representante del Banco Mundial, destacó que "los jóvenes son el principal grupo etario en Argentina" y advirtió que, "si no se toman medidas que mejoren su situación, van a transmitir esas conductas de riesgo a las generaciones que los siguen".
Fuente diario Clarín 2-10-08
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Tomó la zapatilla y le dijo: Si te reís de vuelta, si decís una sola palabra, te bajo los dientes. El chico hizo lo único que sabía hacer cuando era presa de los nervios. Rió. La escuela, se suele escuchar, es el lugar donde "se aprende para la vida." Nada más erróneo. La escuela es la vida, aquí y ahora. Dicho de otra manera: Los alumnos ya son humanos, no es que lo serán en un futuro. Son humanos desde antes de nacer, y aprehenden estímulos y aprenden, incorporan estímulos a su bagaje personal desde antes de nacer. No sólo aprendemos los estímulos verbales. Mucho antes de entender las palabras, mucho antes de darnos cuenta de que las palabras sirven para comunicarnos, ya aprendemos de las vibraciones (la onda) que se produjeron en el ambiente a consecuencia de determinada conducta nuestra, de las resonancias que sentimos (a modo de sensación) en el cuerpo a partir de los gestos del otro. Y desde entonces reaccionamos como podemos (con conductas) a las conductas del otro, y el otro reacciona a nuestras conductas, y nosotros re-reaccionamos, y así. Para poder cumplir con su cometido, ciertos profesionales están obligados a pensar qué produjo las conductas propias y ajenas. De esa forma les es posible reaccionar no ya meramente a conductas, sino a las necesidades básicas insatisfechas, los sentimientos y los pensamientos propios y ajenos. Entre esos profesionales se hallan los terapeutas y los educadores. Tan central es esto, que considero que el terapeuta o el docente que no pueden realizar este ejercicio no deberían trabajar en estas profesiones. Puesto que la palabra límite ha sido bastardeada y en muchos casos se usa como sinónimo de castigo, propongo que pensemos en los límites como una frontera. Todos, desde siempre, ahora y para siempre, tenemos límites (fronteras) a nuestro derredor. Esto es bueno, sano y normal, educativo, terapéutico. Tenemos límites naturales. Yo llego hasta mi piel en lo físico, hasta unos cuantos metros si grito, y nos cuidamos mucho al traspasarlos: La vida se hace difícil bajo el agua o en el Everest. Otros seres vivos nos significan fronteras, y nosotros somos la frontera de otros; así, donde yo estoy no puede haber otro al mismo tiempo, y cuando hablo, el otro debe callar para entendernos. A lo largo de la vida son los límites los que nos permiten desarrollarnos. Al principio de la vida yo no podía ir más allá de los brazos de mis padres, de mi habitación, de mi casa. Los límites se fueron ampliando con mis necesidades de expansión, y aparecieron otros nuevos, propios de cada edad, que mis adultos supieron poner con tino. En ocasiones, por inexperiencia quise traspasar esos límites. Mis sabios adultos permanecieron firmes, y eso simultáneamente me enojó al comienzo y me tranquilizó después: Hay alguien que se ocupa de lo que me supera. Aún hoy, ya adulto, me alegro de que Alguien se ocupe de los sanos límites de mi condición de humano. Sin límites, el niño no puede desarrollarse; necesita un ritmo, un sistema, un orden, un lenguaje. Todo eso proviene al principio desde el afuera. En conclusión: Debe existir un límite siempre que haya posibilidad de daño. Todo lo demás ha de estar permitido.
El castigo pretende modificar conductas. No repara en necesidades básicas ni sentimientos ni pensamientos. El castigo es malo, enfermo, anormal, antieducativo y antiterapéutico. Es enfermante. Es antidemocrático. Por si esto fuera poco, quién sólo deseara modificar conductas goza de un amplio repertorio de posibilidades técnicas, más efectivas que el castigo. Está comprobado que el castigo suprime conductas sólo momentáneamente, sin lograr una modificación constante. Los resultados del castigo duran poco. Para que el castigo sea efectivo (?), por otra parte, todo consiste en encontrar el umbral de cada individuo. Desde la mirada atemorizante hasta la tortura, es simplemente cuestión de grado. Lo fundamental es plantearse el objetivo: ¿Qué quiero del otro? ¿Qué me quiera, y así sea aún dentro de décadas, o simplemente que me obedezca? Si el otro no me interesa nada, y lo único que quiero conseguir es que no me moleste, sólo entonces, puedo castigar: A sabiendas de que le estoy infundiendo temor, miedo, terror o pánico, lo que haga falta, a sabiendas de que estoy provocando su enfermedad física y/o emocional. Los castigadores son enfermos. Educadores y terapeutas no deben ejercer su profesión si no saben interactuar de otra manera. El castigo nunca es un recurso pedagógico.
No importa el lugar físico ni el tipo de interacción (hogar, escuela, oficina, consultorio), la modalidad de interacción debe estar destinada a reducir la ansiedad y no a elevarla. Disminuyen la ansiedad (porque satisfacen necesidades básicas y dan placer) las consignas claras, el respeto constante por el otro, las demostraciones de confianza, la conversación acerca de los sentimientos genuinos de cada uno, la propia tranquilidad, la honestidad, el respeto por uno mismo, la relajación. En educación estoy reseñando una "pedagogía blanca", en contraposición a lo que K. Rutschky llamó "pedagogía negra".
El castigo se basa en la producción de miedo. El temor es el sentimiento de estar (ser) amenazado. La amenaza es una propuesta de daño. Por eso la amenaza también produce miedo. Los miedos se acumulan durante la vida en músculos y órganos. Se eleva la ansiedad, los músculos quedan constantemente tensos y los órganos, a lo largo de décadas, enferman. El castigo deja huellas en el aprendizaje: Los elementos ambientales que rodean al castigo producen la memoria de aquel castigo y reproducen los efectos de entonces. Ante castigos repetidos, el sujeto trata de evitar la situación y huir (físicamente o mentalmente: se distrae, por ejemplo). Por eso, el castigo produce fracaso escolar. Que provoca más castigos, etcétera. Como los aprendizajes se generalizan, saco la conclusión de que los adultos (todos) son potenciales castigadores; y de que si mi hermano o mi compañero han sido castigados yo puedo ser el próximo (miedo a pesar de que no fui yo el castigado, sino simplemente por vivir experiencias castigadoras o en un ambiente castigador.) Las interacciones personales se aprenden de modo no consciente. Si he sido castigado o viví en un ambiente castigador seré un castigador sin querer. La imitación no lo es sólo de castigadores reales, sino también de castigadores de fantasía, en particular, personajes violentos en la televisión. Esto último está harto investigado y comprobado, de modo que los gobernantes deberán legislar de manera de no ser cómplices conscientes de la atemorización de vastas capas poblacionales. El castigo aumenta la ansiedad, y ésta pone inquietos (movedizos) a los niños, que en esas condiciones no pueden aprender.
De inmediato se piensa en el hogar y la escuela. Pero también -¡además!- se castiga a diario en nurseries, guarderías, jardines de infantes, universidades, instituciones de minoridad, instituciones no educacionales (por ejemplo clubes), medios de comunicación, consultorios médicos y no médicos, geriátricos, cárceles, salas de parto, hospitales, medios de transporte. Hasta hay grupos "políticos" y aún pseudorreligiosos que basan su accionar en la atemorización por el castigo.
Sí. Primero debo darme cuenta de cuán frecuentemente, con qué método y a quiénes castigo. Se castiga pegando, usando miradas atemorizantes, amenazando, gritando, quitando placeres, haciendo doler física o emocionalmente, despreciando, ridiculizando, coartando, reprimiendo, no satisfaciendo necesidades básicas, no interesándose por los sentimientos del otro. En segundo lugar, debo hacer memoria. ¿Quién(es) me castigaron? ¿Cómo respondía yo? ¿Qué sentía yo? Por fin, debo animarme a inventar alternativas y prohibirme castigar (a mi vez perder el miedo), quizás pidiéndole a otros que me ayuden: la pareja, compañeros de trabajo, un terapeuta.
El pequeño castigado de hoy es el gran castigador de mañana. Por eso me da gran tristeza -qué impotencia siento- cuando oigo a adultos decir "yo estoy orgulloso de que mi padre me castigara, así salí derechito", y los veo castigar impunemente a sus hijos, alumnos o pacientes. Pero aún más amargo es el sabor cuando le pregunto a niños castigados cómo habrían procedido en la misma situación si les hubiera tocado ser el padre. "Yo también habría castigado a mi hijo, para que aprenda", contestan resignados, y ante su provocada cortedad de miras, su provocado empequeñecimiento emocional, su provocada falta de alternativas, sus sentimientos reprimidos, me doy cuenta de la inmensa importancia de la tarea de pedagogos y terapeutas: Satisfacer, ayudar a elaborar, permitir el normal desarrollo, informar, permitir la formación. Y me doy cuenta de cuán importante es la reflexión de estos temas por educadores y terapeutas, a diario. |